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Esos pies deformados por los años son los de Teresa de Calcuta
Hoy se cumplen cien años del nacimiento de Teresa de Calcuta, para mi
gusto la gran renovadora del discurso de la caridad, que siempre es algo
personal, de una persona a otra persona y la base de todo el
cristianismo. Sin caridad el cristianismo no es más que la versión más
popular del judaísmo, y un lío de teólogos que para qué te quiero
contar.
Sujetar la mano del moribundo es más útil que hacerle leer promesas
siempre incumplidas de supuestos milagros médicos. Todos -incluyendo los
multimillonarios que se gastan una pasta en la Clinica Mayo- acabaremos
en una cajita o en un cenicero y lo único que espero al respecto es que
cuando me toque a mí -cuanto más tarde mejor- alguien sujete mi mano
y que la agonía sea breve.
Creo que al enfermo terminal le sienta mejor que le hablen del amor de
Dios, o que le digan "te quiero" y le acaricien, a que le cuenten que la
Nada le acogerá con sus eternos brazos de olvido.
Nunca le agradeceré bastante a Dominique Lapierre haber escrito La Ciudad de la Alegría,
aquella magna obra dedicada a lo más importante que tenemos las
personas, la dignidad y la esperanza. En ese libro estupendo aprendí a
descubrir la labor de la albanesa que fundó las Misioneras de la Caridad.
Teresa de Calcuta, como todos los santos de verdad, tuvo enemigos
implacables, sobre todo los mediocres, los que siempre se burlarán de
todo aquello que son incapaces de concebir o realizar. "Mejor mofarse
que arrepentirse" es su lema, y prefieren usar la cabeza para embestir y
no tener que pensar.
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Madre Teresa fue una luchadora magnífica contra el aborto.
Su lema, "No los matéis, dádmelos a mí" lo han llevado a la práctica
sus hijas Misioneras. Son muchos miles hoy los adultos que un día fueron
bebés acogidos por unas monjitas paupérrimas.
(Fuente)
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