jueves, 21 de enero de 2010

Aquí un monje, aquí un Papa

UN MONJE, HILDEBRANDO (en alemán significa: "Espada del batallador")
UN PAPA, GREGORIO VII (significa: "el que vigila")

Relato breve de su vida:
Hildebrando Aldobrandeschi de Soana nació en La Toscana en 1020. Considerado uno de los clérigos más influyentes de su época, creció en el seno de la iglesia romana bajo la tutela de su tío, un abad perteneciente al monasterio de Santa María en el Aventino. Allí tomó sus primeros votos.
Conocido como el Monje Hildebrando antes de ser coronado Papa, comenzó su carrera como secretario del Papa Gregorio VI (1045/6) a quien luego acompañó al destierro. Tras un concilio celebrado en Sutri fue depuesto y acusado de simonía. Al fallecer éste, ingresó como monje en el monasterio de Cluny en donde realmente comienza su carrera y se forma en el ideario que regirá su lucha en contra del poder temporal.
Asimismo, se desempeñó como tesorero y administración de los bienes de la iglesia de León IX, Nicolás II y Alejandro II hasta ser nombrado Papa en el 1073.
Partidario de volver a la pobreza evangélica, mostró fuerte reticencia hacia la simonía, venta de cargos eclesiásticos y el nicolaismo, ambas prácticas frecuentes en la época por una iglesia cada vez más rica, poderosa y que, a menudo, cometía tantos excesos como le era posible y en donde el poder principal de características cesaropapistas era disputado entre emperadores y papas, ambos ambiciosos de obtener la supremacía absoluta.
Nombrado Papa el 22 de abril de 1073, su elección tuvo la particularidad de ser efectuada por clamor popular y no por el colegio cardenalicio, institución destinada a tales fines desde el concilio de Melfi en el 1059. Esta fue la razón por la cual alcanzó la confirmación episcopal en el cargo recién el 30 de junio de 1073, dos meses más tarde.
Su popularidad se debió a que la gente, cansada de los favoritismos y excesos cometidos por una iglesia cada vez más poderosa que contaba con el favor de los emperadores y viceversa, vio en la preocupación del monje un deseo genuino de reformación. Cabe mencionar que la sociedad de la Alta Edad Media, temerosa y piadosa de Dios, está en permanente contacto con el límite de la subsistencia y le confiere a la religión un lugar preponderante, ya sea porque es una criatura que paga por el pecado de los Primeros Padres y eso se refleja en lo dificultoso del trabajo cotidiano, en el dolor del parto femenino, en la desprotección que sufre el hombre medieval, o porque , a menudo, es víctima de la explotación. Asimismo, hacia el año 1000 pervive y se renueva la idea del fin del mundo, volcándose la sociedad hacia el rezo, la penitencia y la fe.
En el 1075 el Papa Gregorio VII emite un Dictatus Papae sumamente rígido, destinado a terminar, no sólo con las desproporciones cometidas por la iglesia romana, sino con la supremacía del poder temporal, poniendo las facultades del Papa por encima de las del emperador.
Los 27 puntos sobre los cuales se basó dicho dictado se apoyan, fundamentalmente, sobre la infalibilidad de la iglesia, la supremacía de ésta por sobre los señores, fieles, obispos y emperadores, como así también de las iglesias locales.
El escándalo que desató dicha promulgación derivó en el conflicto por el cual el emperador del Sacro Imperio, Enrique IV, se disputará el poder, desafiando al Papa.
Gregorio VII muere en Salerno en el 1085, un año después del conflicto armado surgido en el marco de la Querella de las Investiduras.

Algunos datos más sobre su vida y alguna anécdotas:
Nació de padres muy pobres en la provincia de Toscana en Italia. Muy joven fue llevado a Roma por un tío suyo que era superior de un convento de esa ciudad. Y allí le costeó los estudios, que hizo muy brillantemente, hasta el punto que uno de sus profesores exclamó que nunca había conocido una inteligencia igual. Uno de sus profesores, el P. Juan Gracián estimaba tanto a su discípulo, que cuando lo eligieron Papa con el nombre de Gregorio VI, nombró a Hildebrando como secretario.
Después de la muerte del Papa Gregorio VI, Hildebrando se fue de monje al famoso monasterio de Cluny, donde tuvo por maestros a dos grandes santos: San Odilón y San Hugo. Ya pensaba pasar el resto de su vida como monje, cuando al ser elegido Papa San León XI, que lo estimaba muchísimo, lo hizo irse a Roma y lo nombró ecónomo del Vaticano, y Tesorero del Pontífice.
Y desde entonces fue el consejero de confianza de cinco Sumos Pontífices, y el más fuerte colaborador de ellos en la tarea de reformar la Iglesia y llevarla por el camino de la santidad y de la fidelidad al evangelio.
Durante 25 año se negó a ser Pontífice, pero a la muerte del Papa Alejandro II, mientras Hildebrando dirigía los funerales, todo el pueblo y muchísimos sacerdotes y laicos empezaron a gritar: "¡Hildebrando Papa, Hildebrando Papa!" - El quiso subir a la tarima para decirles que no aceptaba, pero se le anticipó un obispo, el cual con sus elocuentes elogios convenció a los presentes de que por el momento no había otro mejor preparado para ser elegido Sumo Pontífice. El pueblo se apoderó de él casi a la fuerza y lo entronizó en el sillón reservado al Papa. Y luego los cardenales confirmaron su nombramiento diciendo: "San Pedro ha escogido a Hildebrando para que sea Papa".
Un arzobispo le escribió diciéndole: "En ti están puestos los ojos de todo el pueblo. El pueblo cristiano sabe los grandes combates que has sostenido para hacer que la Iglesia vuelva a ser santa y ahora espera oír de ti grandes cosas". Y esa esperanza no se vio frustrada.
San Gregorio se encontró con que en la Iglesia Católica había desórdenes muy graves. Los reyes y gobernantes nombraban los obispos y párrocos y los superiores de conventos y para estos puestos no se escogía a los más santos sino a los que pagaban más y a los que les permitían obedecerles más ciegamente. Y sucedió entonces que a los altos puestos de la Iglesia Católica llegaron hombres muy indignos de tales cargos, y que tenían una conducta verdaderamente desastrosa. Muchos de estos ya no observaban el celibato (la obligación de mantenerse solteros y conservando la virtud de la pureza) y vivían en unión libre y varios hasta se casaban públicamente. Y los gobernantes seguían nombrando gente indigna para los cargos eclesiásticos.
Y fue aquí donde intervino Gregorio VII con mano fuerte. Empezó destituyendo al arzobispo de Milán pues lo habían nombrado para ese cargo porque había pagado mucho dinero (simonía se llama este pecado). Luego el Papa reunió un Sínodo de obispos y sacerdotes en Roma y decretó cosas muy graves. Lo primero que hizo este pontífice fue quitar a todos los gobernantes el derecho a las investiduras, que consistía en que por el sólo hecho de que un jefe de gobierno le diera a un hombre el anillo de obispo o el título de párroco ya el otro quedaba investido de ese poder y podía ejercer dicho cargo. El Papa Gregorio decretó que a los obispos los nombraba el Papa y a los párrocos, el obispo y nadie más. Y decretó que todo el que se atreviera a nombrar a un obispo sin haber tenido antes el permiso del Sumo Pontífice quedaba excomulgado (o sea, fuera de la Iglesia Católica) y la misma pena o castigo decretó para todo el que sin ser obispo se atreviera a nombrar a alguien de párroco.
Estos decretos produjeron una verdadera revolución de todas partes. Todos los que habían sido nombrados obispos o párrocos superiores de comunidades por los gobernantes civiles sintieron que iban a perder sus cargos que les proporcionaban buenas ganancias económicas y muchos honores ante las gentes, y protestaron fuertemente y declararon que no obedecerían al Pontífice. Y los gobernantes civiles sí que se sintieron más, porque perdían la ocasión de ganar mucho dinero haciendo nombramientos.
El primero en declarase en revolución contra el Papa fue el emperador Enrique IV de Alemania que ganaba mucho dinero nombrando obispos y párrocos. Enrique declaró que no obedecería a Gregorio VII y que se declaraba contra sus mandatos. Pero al Papa no le temblaba la mano y decretó enseguida que Enrique quedaba excomulgado, y envió un mensaje a los ciudadanos de Alemania declarando que ya no les obligaba obedecer a semejante emperador. Esto produjo un efecto fulminante. En toda la nación empezó a tramarse una revolución contra Enrique y éste se sintió que iba a perder el poder.
Cuando Enrique IV se sintió perdido se fue como humilde peregrino a visitar al Papa, que estaba en el castillo de Canossa, y allá, vestido de penitente, estuvo por tres días en las puertas, entre la nieve, suplicando que el Sumo Pontífice lo recibiera y lo perdonara. Gregorio VII sospechaba que eso era un engaño hipócrita del emperador, para no perder su puesto, pero fueron tantos los ruegos de sus amigos y vecinos que al fin lo recibió, le oyó su confesión, le perdonó y le quitó la excomunión.
Y apenas Enrique se sintió sin la excomunión se volvió a Alemania y reunió un gran ejército y se lanzó contra Roma y se tomó la ciudad. El Papa quedó encerrado en el Castillo de Santángelo, pero a los pocos días llegó un ejército católico al mando de Roberto Guiscardo, lo sacó de allí y lo hizo salir de la ciudad. El Papa tuvo que irse a refugiar al Castillo de Salerno.
Mientras los enemigos del Santo Pontífice parecían triunfar por todas partes, a Gregorio le llegó la muerte, el 25 de mayo del año 1085. Sus últimas palabras que se han hecho famosas fueron: "He amado la justicia y odiado la iniquidad. Por eso muero en el destierro". Cuando él murió parecía que sus enemigos habían quedado vencedores, pero luego las ideas de este gran Pontífice se impusieron en toda la Iglesia Católica y ahora es reconocido como uno de los Papas más santos. Un hombre providencial que libró a la Iglesia de ser esclavizada por los gobernantes civiles y de ser gobernada por hombres indignos.

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