martes, 13 de diciembre de 2011

Pregón de Navidad 2011

 
 "En Navidad descubrimos en Dios el absoluto amor"

“... al llegar la plenitud de los tiempos,
envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley,
para rescatar a los que se hallaban bajo la ley,
y para que recibiéramos la condición de hijos.
Y, como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones
el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba, Padre!
De modo que ya no eres esclavo, sino hijo;
y si hijo, también heredero por voluntad de Dios”
(Ga 4, 4-7)


“Al principio Dios quiso poner un belén y creó el universo para adornar la cuna. Primero inventó el tiempo, y lo dividió en meses, en semanas, en días. Los días estaban formados por millones de años, que son como instantes para Dios. Y... empezó su trabajo.
Hizo el cielo, y lo llenó de estrellas y de pájaros. Hizo la luz, y luego el sol (así lo cuenta la Biblia, aunque parezca raro), y encendió una lámpara blanca en la noche para que se viera bien la cara de Jesús no fuesen a equivocarse los ángeles de la Nochebuena. Hizo las montañas, tan auténticas que parecían de corcho, y las coronó de águilas y de nieve. Hizo mares y océanos de papel de plata, y grandes desiertos de arena dorada para los camellos de los Reyes Magos.
Después llamó a la más pequeña de todas las estrellas (apenas tenía 6 millones de hipermegavatios), y la llevó hasta la otra punta del universo. Allí, con mucho cuidado, le dio un empujoncito con el dedo, con la fuerza justa para que, miles de siglos más tarde, parpadeara sobre las playas de Arabia a la vista de los Magos de Oriente.
Todo esto no fue muy difícil para Yahvé. Con sólo su mirada coloreó todas las especies de flores que había creado, y alfombró de musgo las orillas de los ríos. También hizo crecer los árboles, que, al desperezarse, agitaron el aire y formaron la brisa y los vendavales. Ahora dicen que es el viento quien mueve los árboles y no al revés, pero esto habría que demostrarlo. Del viento nacieron las dunas y la música primera del campo.
Luego Dios hizo una pausa, y pensó dónde poner su belén. Y decidió que en Belén. Imaginó las figuras: el buey, la mula, las lavanderas, los pastores... Y, como no tenía prisa, les dio una estirpe: padres, abuelos, bisabuelos... Cientos de vidas para crear cada vida; centenares de amores para conseguir el gesto, el tono de voz, la mano extendida en la postura exacta del belén de Dios.
Pensó en su madre: toda la eternidad soñó con Ella. Y, añorando sus caricias, fue dibujando en los antepasados de María como esbozos de esa flor que había de brotar a su tiempo. Igual que un artista que persiguiera tenazmente la pincelada perfecta, Dios pintó miles de sonrisas en otros tantos labios. Y ensayó en otros ojos la mirada limpísima que tendría su Madre. Hasta que un día nació la Virgen, su Hija predilecta, su Esposa Inmaculada, su obra maestra. Y la colocó en el belén junto a la cuna, con Jesús, que, por ser sólo de María, era su vivo retrato.
Y vio Dios todo lo que había hecho. Y era muy bueno; más aún, estupendo. Y tanto le gustó que decidió transmitir en directo el nacimiento de su Hijo a todos los diciembres de la historia, y a todos los corazones que tuvieran un sitio para un belén. Así inventó la Navidad”.



Luis Emilio Pascual Molina
Es para mí motivo de enorme gozo poder estar hoy con vosotros para “proclamar en voz alta, para que todos se enteren, una noticia”, que esto significa “Pregón”, según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua. Y la noticia todos la conocemos: estamos en vísperas de la Navidad, tiempo de fiesta, de vacación, de viajes, tiempo de reencuentro familiar, de comidas y bebidas, de compras... y de no sé cuantas cosas más. Pero ¿esto es la Navidad?, ¿qué es la Navidad?

La Navidad es el momento, el instante, en que Dios cumple aquella promesa, anunciada desde antiguo, de que el Mesías entraría en la historia de los hombres convirtiéndola en Historia de Salvación. Es la llegada de la “plenitud de los tiempos” de la que habla Pablo, el apóstol, en el texto de la carta a los Gálatas con que el he querido abrir este pregón: “... al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la condición de hijos..”. Aquí se condensa la esencia de la Navidad: la Encarnación del Hijo de Dios. Y se expresa, al mismo tiempo, su finalidad, su razón de ser: para otorgar a cada ser humano la condición de “hijo de Dios”, la plena libertad, su propia naturaleza.

Esta alegría la expresa maravillosamente aquél villancico anónimo del siglo XVI, recogido en el Cancionero de Upsala, que dice así:
Dadme albriçias hyjos d’Eva.
Di de qué dártelas han.
Que es nascido el nuevo Adán .
¡Oh, hi de Dios, y qué nueva!

Dádmelas y aved placer,
pues esta noche es nascido
el Mesías prometido,
Dios y hombre de mujer.

Y su nacer nos releva
del pecado y de su afán.
Que es nascido el nuevo Adán.
¡Oh, hi de Dios, y qué nueva!

Iniciaba mis palabras con un texto que parece infantil; corresponde al primer capítulo del libro “El Belén que puso Dios”, un cuento que el autor, el sacerdote Enrique Monasterio, dedica a sus alumnas indicándoles que “solo lo entenderán del todo cuando sean adultas”. Se trata de un libro para Navidad y para cualquier día del año. Os aconsejo su lectura. En palabras del autor, “está escrito, en primer lugar, para personas mayores, con tal que, frente al belén, sepan comportarse como niños”. Y continúa: “no es fácil conseguirlo, ¡estamos acostumbrados a darnos importancia, tenemos tantos humos...! Ya decía Baltasar Gracián, en “El Criticón”, que el hombre, para ser del todo perfecto, necesitaría tener una chimenea en la coronilla por donde pudiese exhalar los muchos humos que continuamente están evaporando del cerebro; y esto... mucho más en la vejez”.

Permitidme una vivencia personal. En Marzo del año 2000 tuve la inmensa riqueza de peregrinar a Tierra Santa con un grupo de jóvenes murcianos, para encontrarnos, en el Monte de la Bienaventuranzas, con el Papa Juan Pablo II. En los días previos visitamos distintos lugares. Cada día la celebración de la Eucaristía era preparada por uno de los autocares. Para el día siguiente nos correspondía a nosotros; preparamos con alegría y concienzudamente; estaba feliz porque iba a presidir la Misa en Belén, en la iglesia de Santa Catalina, desde donde cada Nochebuena se transmite para todo el mundo la Misa del Gallo. La sorpresa fue que el autobús que debía recogernos en el kibutz en que nos alojábamos se retrasó “sólo cinco horas”. Llegamos tarde a la primera visita y, por supuesto, a la Eucaristía. Otro grupo improvisó la celebración. Cuando llegamos nosotros estaban hacia la mitad, y el enfado era tal que no quise ya revestirme, y continué la misma desde los bancos. El cabreo era mayúsculo. Tras la Misa, tocaba visitar la basílica de Belén, y bajar hasta la cripta del nacimiento.

Aquí me esperaba la sorpresa, el mejor regalo de toda la peregrinación: para entrar en la Basílica de la Natividad de Belén hay que agacharse. Los cristianos tapiaron la gran puerta, para evitar la entrada a caballo de los genízaros turcos, y dejaron como entrada obligada un portillo bajo y estrecho. Hay que entrar encogiéndose, haciéndose pequeño y, si no te haces pequeño como un niño, no entras. Tal vez sea la dificultad por la que muchos no dan con la puerta de Belén. Agachar la cabeza, primero, y postrarme en tierra para besar la estrella que marca el lugar físico del nacimiento del Señor, después, fueron mi regalo en Tierra Santa: la llamada a la humildad. La llamada a hacerme pequeño, “ como un niño”.

La Navidad nos trae esta realidad. Que todo un Dios se abaja, se anonada, para hacerse hombre como cada uno de nosotros, dándonos la clave de la realización y la felicidad humana: “dejar de ser, para ser”. Las palabras de San Pablo en el himno a la kénosis del capítulo segundo de la carta a los Filipenses son reveladoras: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: el cual, siendo de condición divina, no codició el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo. Asumiendo semejanza humana, y apareciendo en su porte como hombre, se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó, y le concedió el Nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra, y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es el Señor para gloria de Dios Padre” (Flp 2, 5-11).

“Cada año, cuando llega la Navidad -escribía en un artículo José Luis Martín Descalzo- no puedo menos de volver a preguntarme cómo es posible que los hombres, y sobre todo los creyentes, hayamos vaciado tanto de sentido esto que decimos celebrar. Cómo la Navidad se nos ha quedado en una serie de fiestas o comilonas, y cómo, incluso los que dicen creer, no tienen ni idea de aquello en lo que creen y lo dejan todo en una alegría de pandereta y buenos sentimientos. Para mí, la Navidad siempre ha sido vértigo -continuaba-, y pienso que una persona cualquiera tiene todo el derecho del mundo a creer o dejar de creer que Dios se ha hecho hombre, pero a lo que nadie tiene derecho es a creer eso sin echarse a temblar, a decir esta frase -“Dios se ha hecho hombre”- y pronunciarla como quien acaba de decir que “dos y dos son cuatro”, o que “en invierno hace frío”. Y es que la Navidad nos trae un Dios y un hombre distinto. Por lo pronto, si Dios puede hacerse hombre, es que son mentiras todas las ideas que solemos tener sobre Dios, y estamos muy equivocados sobre lo que es realmente ser hombre”

En Navidad descubrimos que Dios, mucho antes que “el poder absoluto” es el “absoluto amor”. Frente al Dios “todo-lejano” y “todo-poderoso”, aparece el “Dios-todo-enamorado” y, por tanto “todo-débil”, “todo-entregado” en manos de su hijo, el hombre. La Navidad nos muestra que la verdadera grandeza de Dios no está en haber creado el mundo, sino en su disponibilidad para renunciar a su grandeza por amor. La Navidad nos trae al “Dios rico en misericordia”, al “Dios loco de amor”. Y la Navidad nos hace decir con Ortega y Gasset “que si Dios se ha hecho hombre, es que ser hombre es lo más importante que se puede ser”. El hombre es “capaz de Dios”, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica. Y un recipiente se valora por aquello de lo que es capaz, aquello que puede caberle dentro. La Navidad grita que al hombre le cabe dentro nada menos que Dios, y con ello estira nuestro corazón hasta el infinito.

Y este niño, nacido en las afueras de Belén, en la marginación y la soledad, que será adorado por los Magos venidos de cualquier rincón extremo de la tierra, que pasará haciendo el bien y será perseguido por sus paisanos, y que acabará muriendo en la cruz... por amor, hace presente al hombre que “nada de su condición le es ajeno”, que “siendo semejante a él en todo, menos en el pecado, ha asumido su condición pecadora para redimirlo”. El gran maestro de la música española del siglo XVI, Francisco Guerrero, en este villancico -o coplas de amor a lo divino, como a él le gustaba llamar- nos indica cómo el Niño Dios troca su alegría por dolor de amor hacia los hombres, llegando a la región del alma donde se juntan el gozo, el dolor y el amor:

Niño Dios d’amor herido
tan presto os enamoráis
que apenas avéis nascido
quando d’amores lloráis,
que apenas avéis nascido
quando d’amores lloráis,

En esa mortal divisa
nos mostráis bien el amar,
pues siendo hijo de risa
lo trocáis por el llorar.
La risa nos a cabido,
el llorar vos lo aceptáis,
y apenas avéis nascido
quando d’amores lloráis.

El ángel anuncia a los pastores y les da una señal: “veréis a un niño envuelto en pañales”. ¡Pues vaya señal! -podían haber pensado-, ¿para qué sirve un niño? Para entender la Navidad hay que volver a la infancia, hay que hacerse niños. Esta reflexión que ahora os propongo no es mía; la reflejó hace pocos días en un artículo el Padre Manuel Matos (S.J.):
“De mayor, Jesús predicará la infancia: “hay que nacer de nuevo”. No hay salvación para “los viejos”; en el cielo no hay viejos; ser viejo no es cosa de años, sino de ojos y corazón. ¿Soy niño o viejo? Repetir la Navidad de forma rutinaria, cansina, es de viejos... La Navidad es “un niño”. O se es niño, o no se entra en Navidad. Los magos se encandilan con una estrella tonta; son niños. Y cuando llegan al portal, allí hay niños: José, que se creyó que María esperaba un hijo por obra y gracia del Espíritu Santo; se fió de Dios, era un niño; y María, otra niña, que se fió y creyó, y lo más asombroso que ha pasado en la historia de los hombres -la Encarnación del Hijo de Dios- se realizó gracias a su “fiat”. Los pastores son niños: creen al ángel y se ponen en marcha. Y encuentran a una niña, con un niño en brazos: es Dios. La Navidad anuncia que el mundo será mejor gracias a los niños capaces de soñar que para Dios es posible lo que a los hombres parece imposible”. Y se pregunta, y nos pregunta, el P. Matos: “¿Hay un niño dentro de mí? Sólo él puede entender la Navidad, sólo él puede asombrarse ante el misterio de un Dios que derrocha su amor y su ternura haciéndose hombre”.

Y los niños necesitan una nana para dormirse. Aquella doncella de Nazaret, María, también debió cantarle a su niño. ¿Cómo sería esa nana?, ¿quizás así?...

o versionada por el Grupo “Siloé”, “Himno Belén-2000”). 


No sucumbáis al desánimo, y renunciéis, por difícil o costoso que parezca, a presentar el verdadero espíritu de la Navidad a quien os rodea, especialmente a vuestros hijos, a los más pequeños. Yo doy gracias a Dios por haberlo vivido en mi casa, con mis padres y hermanos, desde niño: la preparación del belén, con la figuras rotas del año anterior, el despistado, el que hacía las gachas, los reyes que movíamos acercándolos al portal; la Misa del Gallo vivida en familia en la parroquia; la fiesta posterior en casa de la abuela, con los mismos chistes y villancicos de siempre, las bromas y los enfados consiguientes, la presentación de los nuevos miembros -hijos o novios-; la ilusión por los regalos en la noche de Reyes... Todo hablaba de un “Misterio”, de algo que nos desbordaba pero que no queríamos olvidar. Todo hablaba de “Amor”.

No quiero dar consejos a nadie, pero sí advertir del riesgo del olvido. Vuestros hijos, las generaciones jóvenes tienen derecho a que no se les prive del Amor, así, en mayúsculas. Necesitan escuchar, y sobre todo ver, que es real, posible, la transformación que la Navidad opera en el corazón de los hombres. Porque “es Navidad cada vez que Jesucristo nace en el corazón de un hombre”, como lo fue para Israel cuando nació en el establo de Belén aquél primer día de la nueva era.

En realidad “todos nacimos en Belén”, lo mejor de nosotros mismos nació en Belén. Desde ese día, no es sólo que Dios esté con nosotros, es que “está” en nosotros, es que “es” nosotros, uno de nosotros. Y cuando Jesús nace en nosotros, “nuestro corazón sonríe”, es decir, el odio y la violencia se tornan en entrega y amor, la soberbia en humildad, la envidia y la avaricia en generosidad, la soledad y la división en comunión, la intransigencia en aceptación, la autoridad en servicio, ... la muerte en vida. ¡Cómo, entonces, reducir la historia de la Navidad a un asunto de panderetas y turrones!.

De nuevo, y para terminar, transcribo lo que Enrique Monasterio nos dice en su cuento “El Belén que puso Dios”:
“La Navidad no es un aniversario, ni un recuerdo. Tampoco es un sentimiento. Es el día en que Dios pone un belén en cada alma. A nosotros sólo nos pide que le reservemos un rincón limpio; que nos lavemos las orejas para oír el villancico de los ángeles en la Nochebuena; que nos quitemos la roña acumulada, acudiendo al estupendo detergente de la Penitencia; que abramos las ventanas y miremos al cielo por si pasaran de nuevo los Magos; que son verdad, que existen, y vienen siguiendo la estrella de entonces, camino del mismo portal.
Aunque tal vez veamos sólo a un matrimonio joven de inmigrantes que acaban de llegar a la ciudad. No traen el borrico, porque la especie está en peligro de extinción, sino una moto desvencijada que sabe Dios cómo sigue funcionando todavía. No encontrarán sitio en los hoteles, y ella deberá dar a luz en el Metro. Difícil lo tendrá la estrella para entrar allí abajo y situarse en el andén sin permiso de la policía municipal. Si pasan por tu puerta, no les digas que tienes la casa llena de huéspedes. Ellos se conforman con el establo de tu corazón. Ábreselo de par en par.
Y, como es Navidad, disponte a jugar a muñecos con María. Déjame que te acompañe: te prestaré el corcho de las montañas, mi castillo de Herodes, un borrico con la oreja rota, la plata para el río, y un racimo de ángeles que nos enseñarán canciones de cuna para el niño del pesebre”.

Que con un gozo inmenso en vuestro corazón podáis escuchar en vuestras vidas lo que los pastores, al raso con sus ganados, escucharon hace dos mil años: “No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, el Mesías, el Señor...” (Lc 2, 10-11).
“¡Gloria a Dios en las alturas,
y en la tierra paz a los hombres en quienes Él se complace!"
(Lc 2, 14)

A tí, Niño
Lecciones teológicas de tres niñas a su papá

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
ir arriba