Icono acheropita "El Salvador"
¡Jesús vive!
Alegría inefable
Alegría inefable
"Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo
quien, por su gran misericordia, mediante la Resurrección de Jesucristo
de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, a quienes el poder de Dios, por medio de la fe, protege para la salvación, dispuesta ya a ser revelada en el último momento.
Por lo cual rebosáis de alegría, aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro
perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de
alabanza, de gloria y de honor, en la Revelación de Jesucristo. A quien amáis sin haberle visto; en quien creéis, aunque de momento no le veáis, rebosando de alegría inefable y gloriosa; y alcanzáis la meta de vuestra fe, la salvación de las almas.
I Pd 1, 3-9
El Papa Francisco presidió esta noche la Vigilia Pascual en la Basílica de San Pedro, en la cual llamó a los fieles a entrar en el Misterio de la Pascua con humildad y de la mano de la Virgen María, siguiendo el ejemplo de las primeras discípulas de Jesús.
A continuación el texto completo de la homilía del Papa:
Esta noche es noche de vigilia.
El Señor no duerme, vela el guardián de su pueblo (cf. Sal 121,4), para
sacarlo de la esclavitud y para abrirle el camino de la libertad.
El Señor vela y, con la fuerza de su amor, hace pasar al pueblo a través
del Mar Rojo; y hace pasar a Jesús a través del abismo de la muerte y
de los infiernos.
Esta fue una noche de vela para los discípulos y las discípulas de
Jesús. Noche de dolor y de temor. Los hombres permanecieron cerrados en
el Cenáculo. Las mujeres, sin embargo, al alba del día siguiente, fueron
al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús. Sus corazones estaban llenos
de emoción y se preguntaban: «¿Cómo haremos para entrar?, ¿quién nos
removerá la piedra de la tumba?...». Pero he aquí el primer signo del
Acontecimiento: la gran piedra ya había sido removida, y la tumba estaba
abierta.
«Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha,
vestido de blanco» (Mc 16,5). Las mujeres fueron las primeras que vieron
este gran signo: el sepulcro vacío; y fueron las primeras en entrar.
«Entraron en el sepulcro». En esta noche de vigilia, nos viene bien
detenernos en reflexionar sobre la experiencia de las discípulas de
Jesús, que también nos interpela a nosotros. Efectivamente, para eso
estamos aquí: para entrar, para entrar en el misterio que Dios ha
realizado con su vigilia de amor.
No se puede vivir la Pascua sin entrar en el misterio. No es un hecho
intelectual, no es sólo conocer, leer... Es más, es mucho más.
«Entrar en el misterio» significa capacidad de asombro, de
contemplación; capacidad de escuchar el silencio y sentir el susurro de
ese hilo de silencio sonoro en el que Dios nos habla (cf. 1 Re 19,12).
Entrar en el misterio nos exige no tener miedo de la realidad: no
cerrarse en sí mismos, no huir ante lo que no entendemos, no cerrar los
ojos frente a los problemas, no negarlos, no eliminar los
interrogantes... Entrar en el misterio significa ir más allá de las
cómodas certezas, más allá de la pereza y la indiferencia que nos
frenan, y ponerse en busca de la verdad, la belleza y el amor, buscar un
sentido no ya descontado, una respuesta no trivial a las cuestiones que
ponen en crisis nuestra fe, nuestra fidelidad y nuestra razón.
Para entrar en el misterio se necesita humildad, la humildad de
abajarse, de apearse del pedestal de nuestro yo, tan orgulloso, de
nuestra presunción; la humildad para redimensionar la propia estima,
reconociendo lo que realmente somos: criaturas con virtudes y defectos,
pecadores necesitados de perdón. Para entrar en el misterio hace falta
este abajamiento, que es impotencia, vaciándonos de las propias
idolatrías... adoración. Sin adorar no se puede entrar en el misterio.
Todo esto nos enseñan las mujeres discípulas de Jesús. Velaron aquella
noche, junto la Madre. Y ella, la Virgen Madre, las ayudó a no perder la
fe y la esperanza. Así, no permanecieron prisioneras del miedo y del
dolor, sino que salieron con las primeras luces del alba, llevando en
las manos sus ungüentos y con el corazón ungido de amor. Salieron y
encontraron la tumba abierta. Y entraron. Velaron, salieron y entraron
en el misterio. Aprendamos de ellas a velar con Dios y con María,
nuestra Madre, para entrar en el misterio que nos hace pasar de la
muerte a la vida.
(Fuente)
Icono "Salus Populi Romani"
"Resucitó de veras mi amor y mi esperanza"
Tenemos una vida, regalada,
que podemos regalar, cada día,
a los demás, sin esperar nada a cambio;
que podemos entregar, en lo cotidiano,
con el gozo infinito de sabernos
amados, para siempre. por un Dios
que ha decidido darlo todo y DARSE del TODO.
Una vida llena de sentido, una vida abierta al pasado, al presente y al futuro;
una vida para amar,
y un amor por estrenar, cada día.
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