¡Mujer, piel roja, creyente! |
Kateri Tekakwitha, elevada a los altares e inscrita en el libro de
los santos por el papa Benedicto XVI el 21 de octubre de 2012, es la
primera santa aborigen estadounidense.
Nació en 1656 en la aldea mohicana de Ossernenon, a la orilla del río
Mohicano (ahora Auriesville), donde el Jesuita francés, Padre Isaac
Jogues estableció la Misión de la Trinidad Sagrada diez años antes. Años
en los que el padre Jogues, René Goupil y Jean Lalande dieron sus vidas
como mártires para su fe en esa aldea.
Su padre fue el jefe mohicano del Clan de la Tortuga que cuatro años
más temprano era el líder de un ataque en el pueblo de Trois-Rivières y
la aldea algonquina de Sachem Carlos Pachirini, en Quebec, Nueva
Francia.
Su madre, una Algonquina, había sido bautizada y educada entre los franceses en Trois-Rivières.
Fue bautizada a la edad de 20 años y, para escapar de la persecución,
se refugió en la misión de san Francisco Javier, cerca de Montreal.
Allí trabajó hasta que murió a los 24 años de edad, fiel a las
tradiciones de su pueblo, pero renunciando a las convicciones religiosas
del mismo.
Llevó una vida sencilla y permaneció fiel a su amor a Jesús. Kateri
impresiona por la acción de la gracia en su vida, carente de apoyos
externos, y por la firmeza de una vocación tan particular para su
cultura. En ella, fe y cultura se enriquecen recíprocamente.
La vida de Kateri encarna la desesperación y -para algunos- la
semilla de la esperanza en aquellos tumultuosos años de la llegada del
hombre blanco a América del Norte y la colonización.
Según los relatos de jesuitas y la tradición oral, Kateri sobrevivió
cuando tenía cuatro años a una epidemia de viruela introducida por los
colonos, aunque quedó huérfana y casi ciega.
Después se comenta que sufrió un ataque de colonos franceses y tribus
aliadas que redujeron a las cenizas a su pueblo y que la obligaron a
pasar la siguiente década en un nuevo caserío construido del otro lado
del río Mohawk, en un bosque cerca de su actual santuario.
Condenada al ostracismo por su tribu a raíz de esto, huyó a un pueblo
de aborígenes convertidos al cristianismo en lo que es actualmente
territorio canadiense, donde pasó sus últimos cuatro años de vida
ayudando a enfermos y viviendo una vida de extremo ascetismo.
Según la tradición, las marcas que le había dejado la viruela desaparecieron en el momento de su muerte.
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