"Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas
que has creado,
¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él,
el ser
humano, para darle poder?
(Salmo 8)
"La Trinidad de la Misericordia"
Caritas Muller (dominica suiza)
Caritas Muller (dominica suiza)
El siguiente texto es de Miryam
Martín Alonso -Revista Sal Terrae 96 (2008) 685/692-
"En este icono se muestra en tres círculos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, que se inclinan hacia el ser humano.
"En este icono se muestra en tres círculos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, que se inclinan hacia el ser humano.
- El Padre sostiene a éste con sus brazos;
- El Hijo le sirve en el gesto inconfundible del lavatorio de los pies;
- El Fuego del Espíritu alienta y fortalece su actuar conjunto, como expresión inédita del amor.
- Dios comunión.
- Dios es el Padre-Madre,
- el Hijo y el Espíritu Santo en comunión; nadie es anterior o posterior.
Pero, además, no se trata de una
comunidad cerrada en sí misma. Toda la creación significa un
desbordamiento de vida de la Trinidad entera que se entrega, incluyendo a
toda la humanidad en esa misma expresión de amor.
Por eso puede que te sorprenda esta
imagen cuyo centro lo ocupa el ser humano roto y herido. Me gustaría que
pudieras acercarte a este icono actual, que representa muy bien esta
entrega.
MOMENTO CONTEMPLATIVO
La invitación
es que puedas tomarte unos instantes para tomar conciencia y saborear el
saberte ante Dios desde el profundo silencio y la comprometida Palabra.
Y recuerda que a Dios ≪no le resulta ajeno nada de lo humano≫…"
Que intentes acercar la Trinidad a
tu experiencia cotidiana, adorando al Dios que toma la iniciativa en el
amor y la relación con la humanidad.
Lo que vamos a hacer es, pues,
situar en el centro del relato a la propia humanidad rota y herida, la
humanidad sufriente, de la misma forma que aparece en el icono de la
Trinidad de la misericordia, como expresión del mismo Dios manifestado
en Jesús, volcado en lo más pequeño y débil de la sociedad…
Trae a la oración a la humanidad sufriente, que día a día se te confía…
A la que convive con vos y es parte de tu “paisaje cotidiano”...
A la que te encuentras fuera de tu casa y ya se te ha hecho “paisaje conocido”...
A la que te habita interiormente –lo herido en tu corazón-
Quédate, adorando a este Dios Trinitario, que te invita a formar parte de “esta comunidad de misericordia”…
(Fuente)
Trinidad, misterio de bondad
A lo largo de los siglos, los teólogos se han
esforzado por investigar el misterio de Dios ahondando conceptualmente
en su naturaleza y exponiendo sus conclusiones con diferentes lenguajes.
Pero, con frecuencia, nuestras palabras esconden su misterio más que
revelarlo. Jesús no habla mucho de Dios. Nos ofrece sencillamente su
experiencia.
A Dios Jesús lo llama “Padre” y lo
experimenta como un misterio de bondad. Lo vive como una Presencia buena
que bendice la vida y atrae a sus hijos e hijas a luchar contra lo que
hace daño al ser humano. Para él, ese misterio último de la realidad que
los creyentes llamamos “Dios” es una Presencia cercana y amistosa que
está abriéndose camino en el mundo para construir, con nosotros y junto a
nosotros, una vida más humana.
Jesús no separa nunca a ese Padre de su proyecto
de transformar el mundo. No puede pensar en él como alguien encerrado en
su misterio insondable, de espaldas al sufrimiento de sus hijos e
hijas. Por eso, pide a sus seguidores abrirse al misterio de ese Dios,
creer en la Buena Noticia de su proyecto, unirnos a él para trabajar
por un mundo más justo y dichoso para todos, y buscar siempre que su
justicia, su verdad y su paz reinen cada vez más en entre nosotros.
Por otra parte, Jesús se experimenta a sí mismo como “Hijo”
de ese Dios, nacido para impulsar en la tierra el proyecto humanizador
del Padre y para llevarlo a su plenitud definitiva por encima incluso de
la muerte. Por eso, busca en todo momento lo que quiere el Padre. Su
fidelidad a él lo conduce a buscar siempre el bien de sus hijos e hijas.
Su pasión por Dios se traduce en compasión por todos los que sufren.
Por eso, la existencia entera de Jesús, el Hijo
de Dios, consiste en curar la vida y aliviar el sufrimiento, defender a
las víctimas y reclamar para ellas justicia, sembrar gestos de bondad, y
ofrecer a todos la misericordia y el perdón gratuito de Dios: la
salvación que viene del Padre.
Por último, Jesús actúa siempre impulsado por el “Espíritu”
de Dios. Es el amor del Padre el que lo envía a anunciar a los pobres
la Buena Noticia de su proyecto salvador. Es el aliento de Dios el que
lo mueve a curar la vida. Es su fuerza salvadora la que se manifiesta en
toda su trayectoria profética.
Este Espíritu no se apagará en el mundo cuando
Jesús se ausente. Él mismo lo promete así a sus discípulos. La fuerza
del Espíritu los hará testigos de Jesús, Hijo de Dios, y colaboradores
del proyecto salvador del Padre. Así vivimos los cristianos prácticamente el misterio de la Trinidad.
(Pagola)
"Vendremos a él y haremos morada en él"
(Jn 14, 23)
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