Ilustrísimo señor profesor:
Quisiera agradecerle que haya querido confrontarse minuciosamente con mi libro [Jesús de Nazaret]
y con mi fe y por la lealtad con que ha tratado mi texto; pero mi
juicio sobre el libro suyo es bastante contrastante. He leído algunas de
sus páginas con gusto y provecho; en cambio, otras me han maravillado
por una cierta agresividad e imprudencia de su argumentación. Una y otra
vez, usted me hace notar que la teología sería fantaciencia
(ciencia ficción); en tal sentido me maravilla que usted, sin embargo,
considere mi libro digno de una discusión tan detallada. Permítame
cuatro cuestiones:
* Es correcto afirmar que ciencia en el más estricto de
la palabra lo es sólo la matemática, mientras que he aprendido de usted
que incluso en ella habría que distinguir entre la aritmética y la
geometría.
* Debería reconocer usted, al menos, que en el ámbito histórico y
en el del pensamiento filosófico, la teología ha producido resultados
duraderos.
* Una función importante de la teología es la de mantener la
religión ligada a la razón y la razón a la religión. Ambas funciones son
de esencial importancia para la Humanidad. En mi diálogo con Habermas,
he demostrado que existen patologías de la religión y -no menos
peligrosas- patologías de la razón. Ambas se necesitan, y mantenerlas
conectadas continuamente es una importante tarea de la teología.
* La ciencia ficción existe, por otra parte, en el ámbito de
muchas ciencias..., incluso en gran manera dentro de la teoría de la
evolución. El gen egoísta de Richard Dawkins es un ejemplo clásico de ciencia ficción.
En todos los temas discutidos hasta ahora se trata de un diálogo
serio que le agradezco. Las cosas son de otra manera en el capítulo de
su libro sobre el sacerdote y sobre la moral católica, y todavía más
diversas en el capítulo sobre Jesús. Sobre lo que dice del abuso moral
de menores por parte de sacerdotes, como usted sabe, no puedo menos de
expresar mi profunda consternación. Jamás he tratado de enmascarar esas
cosas. Que el poder del mal penetre hasta tal punto en el mundo interior
de la fe es para nosotros un sufrimiento que, por una parte, debemos
soportar, mientras, por otra, debemos tratar de hacer todo lo posible
para que no se repita. Ni siquiera nos consuela saber que, según las
investigaciones sociológicas, el porcentaje de sacerdotes reos de estos
crímenes no es más alto que el de otras categorías profesionales
asimilables. En todo caso, no se debería presentar ostentosamente esta
desviación como si se tratase de una basura propia del catolicismo.
Una historicidad verdadera
Si no es lícito callar sobre el mal en la Iglesia, tampoco se debe
silenciar la gran estela luminosa de bondad y de pureza que la fe
cristiana ha trazado a lo largo de los siglos. Lo que usted dice sobre
la figura de Jesús no es digno de su rango científico. Si usted plantea
la cuestión como si de Jesús, en el fondo, nada se supiera y de Él, como
figura histórica, nada fuese comprobable, entonces sólo puedo
invitarle, de manera decidida, a hacerse un poco más competente desde un
punto de vista histórico. Lo que usted dice sobre Jesús es un hablar
imprudentemente que no debería repetir. Que en la exégesis se hayan
escrito también muchas cosas de escasa seriedad es, por desgracia, un
hecho incontestable, pero eso no compromete de hecho la importancia de
la investigación histórica seria. Debo rechazar con fuerza su afirmación
según la cual yo habría presentado la exégesis histórico-crítica como
un instrumento del anti Cristo...; he dejado claro de modo evidente que
es necesaria para una fe que no propone mitos con imágenes históricas,
sino que reclama una historicidad verdadera.
Si usted quiere sustituir a Dios por la Naturaleza,
persiste la pregunta sobre quién o qué es esa naturaleza. En ningún
sitio la define usted y, por tanto, aparece como una divinidad
irracional que nada explica; pero quisiera sobre todo hacerle notar que
en su religión de la matemática tres temas fundamentales de la
existencia humana se quedan sin abordar: la libertad, el amor y el mal.
Me maravilla que usted liquide la libertad de un plumazo, que sin
embargo ha sido y es el valor básico de la época moderna. El amor no
aparece en su libro, ni el mal, sobre el que no hay información alguna.
Una religión que margine estas preguntas fundamentales se queda vacía.
Puede, querido profesor, que mi crítica a su libro sea, en parte, dura,
pero la franqueza forma parte del diálogo y sólo así puede crecer el
conocimiento.
Benedicto XVI
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