Sor María Leticia |
Hace 17 años, Leticia, una joven burgalesa,
decidió cambiar el traje blanco de campeona de esgrima por el hábito
blanco de las madres dominicas de Lerma. Hoy es Sor María Leticia de
Cristo Crucificado, maestra de novicias. Leticia nació en 1977, en una
familia de clase media. Sus padres no solían ir a misa, pero procuraban
que sus hijos acudieran a catequesis. «A los doce años dejé la
parroquia; la misa la veía como un teatrillo», explica al periodista
Jesús García en su reciente libro de testimonios «¿Qué hace una chica
como tú en un sitio como éste?». Joven y desapegada de la Iglesia,
Leticia se volcó en el deporte. «Mi corazón buscaba el éxito. Sentía
dentro de mí algo muy grande que dar, y la Iglesia me cortaba las alas».
Descubrió la esgrima, y ese deporte le dio sus mayores éxitos, pero
tras ellos sentía grandes vacíos. Fue tres veces campeona de España y
llegó a ser seleccionada para los Juegos Olímpicos. «Fueron años de
mucha satisfacción momentánea. Llegaba al hotel
después de ganar y me sentía vacía. La gente me hacía creer que yo era
Dios, y no lo era», relata. Por ese tiempo Leticia decidió unirse a una
pandilla de rockabillys. «Vestíamos de cuero, tachuelas en la cazadora y
cinturones con hebilla». Era una vida de peleas, drogas y alcohol, que
no la llenaba.
Entonces una amiga le habló de una visita que había hecho a unas monjas de clausura, de cómo le había sorprendido la felicidad de sus rostros. Y Leticia visitó el convento para comprobarlo. «Eran felices sin tener nada, cuando yo no lo era teniéndolo todo». Poco después, bailando en una discoteca, comenzó a sentirse indispuesta, salió a la calle y encontró una iglesia. Entró en ella. «Fue la primera vez que experimenté que allí dentro, en una iglesia, existía algo, y era algo bueno, que me daba paz». Leticia pensó que debía dejar aquella vida y volver a la Iglesia. «En medio de todo eso se me cruzó Dios y ya nada se podía comparar. Dejé la esgrima por unos brazos amorosos que te acogen», comenta a LA RAZÓN.
El éxito de Leticia crecía y le propusieron acudir a los Juegos Olímpicos de Atlanta, pero ella ya había decidido dejarlo todo. Conoció a unos jóvenes del Camino Neocatecumenal y entró en una comunidad. Pasado un tiempo, sintió que debía hacer una experiencia con las dominicas de Lerma. «Allí sentí que un amor absoluto me llenaba. Me encontré con una Persona que me quería como era, con Dios», explica a LA RAZÓN.
El 8 de septiembre de 1995 la exitosa esgrimista entró en el convento de las dominicas de Lerma. Hoy tiene treinta y tres años y es la maestra de novicias del convento. Conserva todas sus espadas y alguna vez le hace una demostración de esgrima a las chicas nuevas del convento.
Entonces una amiga le habló de una visita que había hecho a unas monjas de clausura, de cómo le había sorprendido la felicidad de sus rostros. Y Leticia visitó el convento para comprobarlo. «Eran felices sin tener nada, cuando yo no lo era teniéndolo todo». Poco después, bailando en una discoteca, comenzó a sentirse indispuesta, salió a la calle y encontró una iglesia. Entró en ella. «Fue la primera vez que experimenté que allí dentro, en una iglesia, existía algo, y era algo bueno, que me daba paz». Leticia pensó que debía dejar aquella vida y volver a la Iglesia. «En medio de todo eso se me cruzó Dios y ya nada se podía comparar. Dejé la esgrima por unos brazos amorosos que te acogen», comenta a LA RAZÓN.
El éxito de Leticia crecía y le propusieron acudir a los Juegos Olímpicos de Atlanta, pero ella ya había decidido dejarlo todo. Conoció a unos jóvenes del Camino Neocatecumenal y entró en una comunidad. Pasado un tiempo, sintió que debía hacer una experiencia con las dominicas de Lerma. «Allí sentí que un amor absoluto me llenaba. Me encontré con una Persona que me quería como era, con Dios», explica a LA RAZÓN.
El 8 de septiembre de 1995 la exitosa esgrimista entró en el convento de las dominicas de Lerma. Hoy tiene treinta y tres años y es la maestra de novicias del convento. Conserva todas sus espadas y alguna vez le hace una demostración de esgrima a las chicas nuevas del convento.
(Fuente)
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